La Sagrada Escritura: Alimentados por la palabrad (Catholic Basics: A Pastoral Ministry Series) (Spanish Edition)

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La Sagrada Escritura: Alimentados por la palabrad (Catholic Basics: A Pastoral Ministry Series) (Spanish Edition)

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Product Description



Una presentación concisa y profunda del entendimiento católico de la Biblia, métodos de interpretación y aplicaciones para la vida diaria.


Fundamentos de la fe católica: Serie ministerio pastoral es una serie pastoral que ofrece una explicación profunda pero accesible de los fundamentos de la fe católica para adultos, para aquellos que están ya laborando en el ministerio pastoral así como los que se están preparando. La serie ayuda al lector a explorar la tradición católica y aplicar lo que han aprendido a las situaciones de su vida y ministerios. Incluye preguntas de estudio y sugerencias para lecturas adicionales



From the Inside Flap


Fundamentos de la fe católica:
serie ministerio pastoral
Este libro contiene la información básica y elemental que tú y tus compañeros católicos adultos necesitan saber para comprender correctamente las Escrituras. Todos conocemos, a raíz de la historia y tal vez por experiencia personal que algunas personas usan la Biblia para infundir odio y temor, en lugar de amor y paz. Una persona que interpreta mal la Biblia puede estar equivocada y a la vez puede ser peligrosa. Es importante, que nosotros, como adultos, comprendamos los errores mentales que resultan de estas interpretaciones dañinas, para que podamos mencionárselas a los demás. Este libro les ayudará a que lo logren.
--De la introducción


From the Back Cover



Fundamentos de la fe católica:
serie ministerio pastoral

Este libro contiene la información básica y elemental que tú y tus compañeros católicos adultos necesitan saber para comprender correctamente las Escrituras. Todos conocemos, a raíz de la historia y tal vez por experiencia personal que algunas personas usan la Biblia para infundir odio y temor, en lugar de amor y  paz. Una persona que interpreta mal la Biblia puede estar equivocada y a la vez puede ser peligrosa. Es importante, que nosotros, como adultos, comprendamos los errores mentales que resultan de estas interpretaciones dañinas, para que podamos mencionárselas a los demás. Este libro les ayudará a que lo logren.
 —De la introducción





About the Author



Margaret Nutting Ralph, PhD, es secretaria del ministerio educativo para la diócesis de Lexington, Kentucky. También dirige los programas en el grado de maestría para estudiantes católicos en el Lexington Theological Seminary. Obtuvo su doctorado de la Universidad de Kentucky en literatura inglesa, con énfasis en la Biblia como literatura. Durante los últimos treinta años ha enseñado Sagrada Escritura a distintos niveles académicos (primaria, secundaria, y profesional) y a grupos de educación de adultos. Margaret Ralph es autora de ocho libros sobre la Escritura publicados por Paulist Press



Excerpt. © Reprinted by permission. All rights reserved.



Introducción



Hace varios años un libro titulado Las cosas importantes las aprendí en el parvulario (1994), escrito por Rober Fulghum se hizo muy famoso y fue traducido a más de veinte idiomas porque destacaba la importancia para el éxito en la vida de las lecciones que aprendemos en los primeros años escolares. Sin embargo, un libro que tratara sobre la Sagrada Escritura no podría llevar ese título, sino uno que dijera: “Casi todo lo que necesito saber acerca de la Sagrada Escritura lo aprendí siendo adulto”.
En realidad, los niños pueden comprender la trama de las historias bíblicas, pero en los relatos bíblicos la revelación casi siempre es más profunda que la trama. También es verdad que los niños son capaces de una espiritualidad profunda y de comprender el mensaje básico de la Escritura: Dios ama y salva. Sin embargo, para entender las preocupaciones de los autores bíblicos, para investigar con ellos los misterios de la vida y de la interacción de Dios con su pueblo, uno debe ser adulto.
El hecho de que la Biblia sólo pueda comprenderse por los adultos, implica una responsabilidad particular para nosotros como adultos católicos. Como saben, hasta el Concilio Vaticano II, no se motivaba a los católicos a que leyeran la Biblia. Tampoco existía un interés notorio por la educación religiosa de los adultos. Como resultado, la mayoría de los adultos católicos del Rito Romano no saben cómo leer la Biblia, ni saben tampoco lo que la Iglesia católica enseña sobre cómo entender la revelación que contiene la Escritura.
Este libro está escrito para ayudarte a ti y a la Iglesia a superar dicho problema, tanto en relación a ti mismo, como a los demás. El libro contiene la información básica y elemental que tú y tus compañeros católicos adultos, necesitan saber para comprender correctamente las Escrituras. Todos conocemos a raíz de la historia, y tal vez por experiencia personal, que algunas personas usan la Biblia para infundir odio y temor, en lugar de amor y paz. Una persona que interpreta mal la Biblia puede estar equivocada y a la vez puede ser peligrosa. Es importante, que nosotros, como adultos, comprendamos los errores mentales que resultan de estas interpretaciones dañinas, para que podamos mencionárselas a los demás. Este libro les ayudará a que lo logren.
No existe un solo volumen sobre la superficie de la tierra que contenga más verdad, sabiduría, belleza, inspiración y orientación personal que la Escritura. No existe un privilegio mayor que hacer accesible a los demás la revelación de la Escritura. Pero, antes que nada, la debemos comprender para nosotros mismos. Este libro ha sido escrito para ayudarte a comprender, amar, vivir y enseñar la Escritura. Te será útil entender:
•    El significado de la inspiración, el desarrollo histórico y la crítica literaria;
•    Los temas primarios y los conceptos básicos en la Escritura, incluyendo, alianza, reino, creación, salvación y conversión;
•    Los fundamentos bíblicos de la enseñanza moral católica, la formación de la conciencia y la toma de decisiones;
•    El uso de la Escritura en la reflexión teológica;
•    La revelación de Dios en la creación, la persona de Jesús y en la experiencia vivida;
•    La cristología, especialmente, la vida de Jesús, su misión, muerte y resurrección.


    Capítulo 1
¿Qué es
    la Biblia?

Una respuesta parcial a la pregunta ¿Qué es la Biblia? es “la Biblia es una colección de libros —una biblioteca— de diferentes tipos de escritos, en diferentes formas literarias”. Con el fin de comenzar a entender la biblioteca que llamamos Biblia, necesitamos tener alguna información previa sobre ella. Esta información fundamental podrá ser más importante para aquellos que fuimos educados en una comunidad cristiana y que estamos familiarizados con el Leccionario (el libro que contiene el ciclo trianual de lecturas que se proclaman en la celebración eucarística), que para las personas que comienzan a leer una Biblia sin suposiciones previas acerca de ella.
Los cristianos que han sido instruidos y que saben que Dios es el autor de la Biblia tal vez nunca se hayan preguntado así mismos lo siguiente: ¿Cómo la escribió dios? ¿Dictó Dios la Biblia a personas concretas? ¿Cómo se produjo la Biblia? Los cristianos que escuchan la lectura del Antiguo Testamento en el contexto de la liturgia cristiana, tal vez nunca se hayan preguntado, ¿de qué manera habría entendido esta lectura una persona que hubiera vivido antes de Cristo? Los cristianos, como los niños, escuchan historias sobre un hombre y una mujer que en un jardín hablaban con Dios, y de una serpiente y, tal vez, nunca se preguntaron a sí mismos, ¿qué clase de escrito es este relato? ¿Es una historia? Ellos, después de todo, podrían pensar que Dios puede hacer todas las cosas. Dios podría, si hubiera querido, haber hecho que una serpiente hablara.
En otras palabras, los cristianos que siendo niños escucharon las lecturas del Leccionario, y que nunca estudiaron la Biblia siendo adultos, podrían tranquilamente haber suspendido su sentido común. Podrían ser tan ingenuos y fallar a la hora de plantearse las preguntas y buscar las respuestas que les permitieran apreciar verdaderamente la Biblia. Un adulto que se encontró con la Biblia, sin una previa formación cristiana, ciertamente se haría esas preguntas. Una primera lectura del texto traería dichas preguntas a la mente de una persona razonable.
¿Cómo se produjo la Biblia?
La Biblia, tal como la conocemos, es el producto final de un proceso en cincos pasos, que tuvo lugar aproximadamente hace dos mil años. Los cinco pasos del proceso son los acontecimientos, la tradición oral, la tradición escrita, la edición y el proceso de canonización. Exploraremos en detalle cada uno de estos pasos.
Acontecimientos
Dios se reveló a sí mismo a su pueblo no por medio del dictado, sino a través de los acontecimientos que ocurrieron en medio de la comunidad. Los acontecimientos que sustentan la Escritura ocurrieron durante un período de dos mil años, aproximadamente del 1850 a.C., hasta el final del siglo primero d.C. La primera persona histórica en esta serie de acontecimientos fue Abrahán. Dios llamó a Abrahán y le ordenó que dejara su tierra natal y saliera en busca de la tierra que Dios le mostraría. Los primeros acontecimientos de la historia de salvación ocurrieron en la vida de cuatro generaciones de la familia de Abrahán, conocidos como los cuatro patriarcas: Abrahán, Isaac, Jacob y José. Los relatos de la historia de la salvación que se refieren a los patriarcas se encuentran en el libro del Génesis.
Cuando dejamos el libro del Génesis, el primer libro de la Biblia y pasamos al libro del Éxodo, el segundo libro, damos un salto de cerca de cuatrocientos años, hasta el tiempo de Moisés y el Éxodo, que se considera ocurrió hacia el 1250 a.C. Aunque no conocemos nada sobre lo que ocurrió, sabemos que la promesa hecha a Abrahán formó la identidad del pueblo y que fue transmitida a través de las generaciones, puesto que Moisés recibió la llamada de parte del Dios de Abrahán, Isaac y Jacob.
La llamada dirigida a Moisés fue para que liberara a su pueblo de la esclavitud de Egipto y lo hiciera regresar a la tierra que Dios le había prometido a Abrahán. Las diferentes experiencias del Éxodo —peregrinaje por el desierto la alimentación con maná y codornices, la recepción de la Ley, y la llegada a la tierra prometida— fueron compartidas por toda la comunidad. Dios reveló su poder liberador a todas esas personas.
El siguiente período histórico se designa frecuentemente como el período de los Jueces. Un Juez era un líder carismático llamado por Dios para reunir a su pueblo y derrotar a un pueblo rival. Durante el período de los jueces, que abarcó cerca de 200 años, el pueblo de Israel vivió organizado en tribus, sin tener ninguna organización política central. Cuando un enemigo los amenazaba, Dios suscitaba un juez que reunía a las tribus. Hasta el momento en que las tribus israelitas se vieron amenazadas por los filisteos, sintieron la necesidad de organizarse de una forma más centralizada.
Los filisteos cometieron una enorme atrocidad: se robaron el Arca de la Alianza, el símbolo más importante de la presencia de Dios con su pueblo. El arca contenía la Ley que había sido dada al pueblo durante la época del desierto. Simbolizaba su relación de alianza con Dios: eran el pueblo escogido por Dios, quien permanecería con ellos y los protegería. Para un católico, esta acción sería comparable a que alguien robara el sagrario con las hostias consagradas.
El Reino de Israel
Cuando se enfrentaron con los filisteos, muchos comenzaron a insistir: ¡Necesitamos un rey como las demás naciones! Sin embargo, no todo el mundo estaba de acuerdo en que las doce tribus necesitaran un rey. Después de todo, ya tenían un rey. Si tuvieran un rey humano, ¿empezarían a olvidar que Dios era su rey? Así empezaron simultáneamente la época de los reyes y de los profetas. Los reyes proporcionaron una organización política más poderosa y centralizada; los profetas le recordaron al rey y a la nación, que Dios era realmente su rey.
Saúl fue el primer rey. Si hoy Saúl estuviera vivo, indudablemente se habría beneficiado de la terapia porque sufría terriblemente a causa de los celos. Por ejemplo, uno de los mejores soldados de Saúl, se llamaba David. Era el mejor amigo del hijo de Saúl y el esposo de una hija de Saúl. Aunque las victorias de David en la batalla eran también las victorias de Saúl, éste pronto se puso terriblemente celoso cuando escuchaba que el pueblo clamaba, “Saúl mató a mil, David a diez mil” (1 Samuel 18:7). Saúl, fue herido en la batalla, y finalmente murió por su propia espada, y David se convirtió en el siguiente rey.
David fue el rey más grande que tuviera la nación. Unió a las doce tribus, derrotó a los filisteos, estableció su capital en Jerusalén, y condujo el arca de la Alianza a Jerusalén, estableciéndola así como la capital y el centro religioso de la nación. David hizo bastante por la seguridad y el bienestar de su pueblo, al punto que fue visto como una expresión de la promesa divina de proteger a su pueblo. Esto provocó que el pueblo pensara que Dios enviaría en tiempos de necesidad, un rey al estilo de David.
Sin embargo, David, también fue un gran pecador. Deseó a la esposa de uno de sus soldados, concibió un hijo con ella, y en seguida, mandó matar a su esposo. Era obvia la necesidad de un profeta. David estaba actuando como si él, y no Dios, fuera el rey. Natán, el profeta, habló en nombre de Dios y reprendió al rey, llamándolo a la conversión.
Ningún otro rey fue tan grande como David. Salomón, el hijo de David, quien lo sucedió en el trono, construyó muchos edificios en Jerusalén. Sin embargo, Salomón, también impuso impuestos. Puesto que las tribus que vivían en el norte, no se beneficiaban suficientemente de las edificaciones hechas en Jerusalén, resentían los impuestos. Como consecuencia, las doce tribus permanecieron unidas como una sola nación por poco más de 100 años. En 922 el reino de dividió. Las diez tribus del Norte se denominaron Israel; las dos tribus del sur se denominaron Judá.
Durante muchos años, hasta el 721 a.C., ambas naciones continuaron teniendo sus respectivos reyes y profetas. El papel del rey como jefe escogido por Dios era ampliamente reconocido en el sur, donde Jerusalén continuó siendo la capital. A pesar de eso, el sur contó con grandes profetas. La función del profeta era ampliamente destacada en el norte, donde las personas se habían levantado contra el rey. No obstante el norte tuvo reyes. Los dos reinos coexistieron hasta que los asirios derrotaron al Reino del Norte. Las diez tribus del Norte se convirtieron en las tribus perdidas de Israel. Su población se unió en matrimonio con sus conquistadores y se separaron de la historia de acontecimientos del Antiguo Testamento. Sin embargo, su historia continuará, cuando encontremos en el Nuevo Testamento a los samaritanos. Los samaritanos, considerados impuros por los judíos, eran los descendientes de los matrimonios mixtos entre los asirios y las tribus del norte.
Los acontecimientos fundamentales del Antiguo Testamento continuaron con la experiencia del Reino del Sur por otros doscientos años. Sin embargo, en ese tiempo, las dos últimas tribus fueron también derrotadas y así comenzó la segunda época más traumática en la historia del pueblo. Judá fue derrotada por los babilonios en el 587 a.C., y todos los ciudadanos de la clase alta, incluyendo el rey, fueron llevados al exilio en Babilonia. Los babilonios también destruyeron el templo y devastaron la tierra. Los exiliados se preguntaban a sí mismos, ¿dónde está el Dios de la alianza de amor que prometió protegernos?
Algunos de los exiliados regresaron a la tierra prometida en el 537 a.C., cuando Ciro, rey de Persia, conquistó a los babilonios. Ciro dispuso que los israelitas regresaran a su tierra. Sin embargo, no todos los que pudieron regresar, decidieron hacerlo. Algunos exiliados se habían marchado hacia Egipto. La diáspora, o dispersión del pueblo por las otras naciones, había comenzado. Aquellos que regresaron, enfrentaron terribles dificultades para reconstruir sus vidas y su templo. Nunca más volvieron a tener la grandeza que como nación habían disfrutado bajo David.
Alrededor del año 336 a.C., Alejandro Magno estaba conquistando aquella parte del mundo. Comenzó la helenización de la región, es decir, el comienzo de la dominación cultural griega. A excepción de un breve período de tiempo, durante la revuelta de los macabeos en el 167 a.C., los judíos nunca más volvieron a experimentar la libertad en la tierra prometida. Vivieron bajo el dominio griego hasta el año 63 a.C., y en seguida bajo el gobierno romano. Jesús, como ustedes saben, nació durante la Pax Romana, la época de paz bajo el dominio romano.
El Nuevo Testamento
Los acontecimientos que fundamentan el Nuevo Testamento ocurrieron en su mayor parte, en un solo siglo. Jesús nació y vivió privadamente hasta los últimos años de su vida, y en seguida tuvo un corto ministerio público que sus seguidores, lo mismo que sus enemigos, experimentaron como algo extraordinario en obras y palabras.
Aunque Jesús era judío, sus enseñanzas no fueron aceptadas por los líderes religiosos judíos de la época. Porque vieron a Jesús como una amenaza, los fariseos y los escribas, que ejercían funciones de autoridad, quisieron silenciar a Jesús. Ellos vivían bajo la autoridad de los romanos, sin embargo, no podían inflingir la pena de muerte. Por tanto, Jesús, fue entregado a las autoridades romanas que lo sentenciaron a muerte. Fue crucificado, muerto y sepultado. Después de que se suponía estaba muerto, sus seguidores reclamaban que estaba vivo, que había resucitado de los muertos, que se les había aparecido, y que les había dicho que esperaran la venida del Espíritu. Con el poder del Espíritu, quienes creyeron en Jesús, realizaron su ministerio, poderoso en obras y palabras. Los acontecimientos que ocurrieron durante la vida de Jesús y durante la vida de sus seguidores durante este primer siglo d.C. son los acontecimientos que conforman el Nuevo Testamento.
Tradición oral
El segundo paso en el proceso que dio por resultado la Biblia, tal como ahora la conocemos, fue la tradición oral. Ninguno de los relatos que tenemos sobre los acontecimientos bíblicos es contemporáneo a los acontecimientos mismos. No tenemos relatos, por ejemplo, de la experiencia de Abrahán desde su punto de vista. Al contrario de la creencia ampliamente extendida, de que Moisés escribió los primeros cinco libros de la Biblia, no tenemos relatos de la propia experiencia de Moisés desde su punto de vista. No tenemos relatos del ministerio de Jesús desde su punto de vista. Todos los relatos de los acontecimientos que sucedieron se transmitieron por la tradición oral, primero dentro de la comunidad que inicialmente los experimentó, y en seguida, por generaciones posteriores.
La confiabilidad de la tradición oral
La afirmación de que nuestro acceso a los acontecimientos fundamentales del Antiguo y el Nuevo Testamento descansa sobre la tradición oral es desconcertante para mucha gente. Piensan que la tradición oral es algo similar al chisme y por tanto, la consideran inverosímil. Este es un malentendido. La tradición oral, de hecho, es confiable, excepto en ciertas situaciones específicas, en las cuales esa no reclama nuestra confianza, y por tanto no debemos exigirla.
La tradición oral es básicamente confiable porque es el producto de la comunidad. Esta es la razón por la cual la tradición oral no puede compararse adecuadamente con el chismorreo o con el juego llamado “teléfono descompuesto” que muchos de nosotros jugamos de niños. Cuando una persona dice una cosa a otra persona en privado, nadie está presente para corregir un error o una falsificación deliberada. Sin embargo, si esa falsa declaración hubiera sido hecha ante la escucha de la comunidad, ésta la habría corregido. Así, el error, “Padre nuestro, que estás en el cielo, Santos sea tu nombre” no tiene posibilidades de perdurar, porque una comunidad que conociera mejor las cosas, lo corregiría.
Los relatos transmitidos fielmente por la tradición oral representan las creencias de la comunidad. Sin embargo, existen tres situaciones, en las cuales la tradición oral no reclama exactitud. Cuando mencionemos y expliquemos las formas en las cuales no deberemos esperar precisión de la tradición oral, tomaremos ejemplos de los evangelios. Sin embargo, el concepto mismo, es igualmente aplicable a cualquier literatura que sea fruto de la tradición oral.
Primero, la tradición oral no pretende transmitirse a la manera de las citas precisas. No obstante que no pretenda funcionar como una cita exacta, eso no significa decir que no existe relación entre lo que estamos leyendo en los Evangelios y lo que Jesús realmente dijo. La tradición oral nos transmite el sentido que la comunidad dio a un hecho específico.
En lo referente al ministerio de Jesús, en gran parte el significado de sus palabras no fue comprendido sino después de la resurrección. Cuando los contemporáneos de Jesús hablaban de sus experiencias, cuando compartían sus ideas, y adquirían mayor comprensión, contaban relatos sobre Jesús con la finalidad de enseñar a sus oyentes, lo que ellos mismos no habían logrado entender en el momento de lo ocurrido. En otras palabras, algunas significados adquiridos por la comunidad después de la Resurrección, los Evangelios los presentan como expresados por Jesús.
Una segunda situación en la cual la tradición oral no reclama exactitud es porque no siempre transmite el ambiente social en el que ocurrió el acontecimiento. Esta es la razón por la cual leemos en dos evangelios que Jesús dijo palabras semejantes, pero no ante los mismos oyentes, ni ante el mismo ambiente. Esto es fácil de entender si lo comparamos con nuestra propia experiencia. Por ejemplo, una forma literaria, que todavía se transmite en nuestra cultura por medio la tradición oral es el chiste. Cuando escuchamos y apreciamos un chiste, se lo transmitimos a alguien que pensamos también lo disfrutará, aunque no le transmitamos el contexto social en que lo escuchamos. No comenzamos diciéndole, “Tomás me dijo un chiste el viernes pasado mientras caminábamos por la calle principal”. Esta información es irrelevante en ese momento. Así también, cuando en los tiempos de la Iglesia primitiva se relataban las parábolas y los dichos de Jesús, no describían los ambientes en los cuales Jesús dijo por primera vez la parábola, ni el lugar donde Jesús estaba en aquella ocasión. Los ambientes que nos describen los evangelios, frecuentemente son informaciones importantes si queremos entender el significado pleno del pasaje, pero cometeríamos un error si asumiéramos que dichos ambientes se nos presentan con el único propósito de la exactitud histórica.
Por ejemplo, el Evangelio de San Mateo, presenta a Jesús enseñando las bienaventuranzas sobre una montaña. En el Evangelio de San Lucas, sin embargo, Jesús aparece en una llanura. Puesto que las palabras de Jesús se transmitieron por la tradición oral, es probable que ni siquiera el editor del Evangelio conociera exactamente el lugar donde Jesús había estado. Sin embargo, dado que Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés, con autoridad de Dios para promulgar una nueva ley, destacó el hecho de que Jesús enseñara desde un monte. Después de todo, Moisés estaba sobre el monte cuando promulgó la primera Ley. Mateo nos proporcionó dicho ambiente, no por razones históricas, sino teológicas.
La tercera situación en la cual la tradición oral no reclama exactitud es en la cronología histórica de los acontecimientos. En la Iglesia primitiva quienes reunieron los relatos sobre los milagros de Jesús, no se preocuparon de relatar esos hechos en el orden exacto en que ocurrieron. ¿Qué diferencia haría que la mujer con hemorragias hubiera sido curada antes o después de la curación del hombre con la mano seca?
Probablemente recordarás la narración donde Jesús purifica el templo de la presencia de los cambistas. ¿En qué momento del ministerio de Jesús ocurrió? Dado que Los Evangelios no nos brindan acceso a esa información, por tanto no necesitamos responder a dicha pregunta. Podemos ver cómo en el Evangelio de San Mateo, Marcos y Lucas, Jesús realiza la purificación del templo hacia el final de su ministerio, cuando ingresa a Jerusalén justo antes de su pasión, muerte y resurrección. Sin embargo, en el Evangelio de San Juan, Jesús aparece purificando el templo al comienzo de su ministerio, justo después del relato de las bodas de Caná. ¿De qué se trata? La respuesta a la pregunta es inaccesible e irrelevante. El episodio es colocado en cada evangelio en el sitio donde aparece por alguna razón, pero se trata de una razón teológica, no histórica. La tradición oral no pretende ofrecer exactitud en la cronología histórica.
Otra característica de la literatura que viene a nosotros por la tradición oral merece destacarse. En la tradición oral los narradores de historias y quienes las escuchan, tienen un gran nexo en común: eran contemporáneos que vivían en la misma cultura. Muchas cosas que presumiblemente eran conocidas para ambos, podrían ser completamente desconocidas hoy para nosotros. Por esta razón, alguna información sobre el trasfondo de las narraciones bíblicas es comúnmente útil. Podría darse el caso que el narrador presumiera que su audiencia conocía alguna cosa que nosotros pasamos totalmente por alto.
La tradición oral produce un texto estratificado
La tradición oral sobre los acontecimientos que rodearon a Jesús continuó durante una generación, antes de que las narraciones fueran escritas y editadas en la forma como las conocemos. Este es un tiempo relativamente corto. Las narraciones sobre Abrahán, por ejemplo, fueron transmitidas por la tradición oral durante seiscientos años. Ninguna narración sobre Abrahán, tal como la conocemos hoy, adquirió dicha forma sino hasta después del Éxodo. Los relatos sobre Abrahán y los otros patriarcas fueron narrados a la luz de la experiencia del éxodo.
Cuando las narraciones eran contadas, añadían detalles que eran contemporáneos al narrador y no tanto al ambiente original de dicha narración. Esto hizo que la narración fuera más interesante y entendible para cada generación sucesiva. Por ejemplo, las narraciones más antiguas sobre Noé y el diluvio, obviamente precedieron a la narración sobre el éxodo (1250 a.C.). Los arqueólogos nos dicen que hubo un diluvio en aquella parte del mundo hacia el año 3000 a.C., y que una persona virtuosa de nombre Noé, es mencionada como un contemporáneo de los patriarcas (1850 a.C.). Una de las instrucciones que Dios da a Noé en dicho relato incluye la cuestión de los animales puros e impuros. Las reglas acerca de los animales puros e impuros tal vez no eran parte de la narración original porque fueron desarrolladas posteriormente en la historia del pueblo escogido. Sin embargo, un narrador posterior, incorporó este detalle con el fin de hacer la historia más entendible y divertida para un público contemporáneo. La trama principal de la historia no cambia, pero sí algunos de los detalles. Estas narraciones transmitidas por la tradición oral quedaron estratificadas, como un árbol antiguo, revelan su vida a través de muchas generaciones por el círculo de detalles que creció alrededor de su núcleo.
Tradición escrita
Con el tiempo, diferentes partes de la tradición oral comenzaron a ponerse por escrito, sin embargo, no significa que la tradición oral haya cesado. De hecho, ambas continuaron existiendo una al lado de la otra. Al igual que en nuestro ejemplo, volvemos otra vez al Nuevo Testamento, pero el mismo concepto es aplicable al Antiguo Testamento.
El escrito más temprano del Nuevo Testamento no es el Evangelio de San Mateo, aunque aparezca primero. El escrito más antiguo es la Primera carta de Pablo a los Tesalonicenses. Pablo fue a Tesalónica y predicó el Evangelio. En otras palabras, los tesalonicenses escucharon primeramente el Evangelio basado en la tradición oral. En seguida, Pablo se dirigió a otro lugar para enseñar también allá. Después de que Pablo se marchó, los tesalonicenses recién convertidos aprendieron a vivir el Evangelio y esperaban con entusiasmo la segunda venida, experimentaron una crisis: algunos de los creyentes habían muerto. El resto de la comunidad en seguida le planteó a Pablo una cuestión, que no les había tratado cuando estuvo con ellos: Los creyentes que murieran antes de la segunda venida, ¿también serían conducidos a los cielos con el Señor resucitado? Pablo respondió a la pregunta, en esta carta, y trató algunas otras cuestiones. De esta manera los tesalonicenses tuvieron a la vez la tradición oral y la escrita.
Al paso del tiempo, diferentes partes de la tradición oral fueron puestas por escrito con el fin de que sirvieran a los oyentes contemporáneos. La tradición escrita no adquirió forma porque alguien hubiera dicho: “Dentro de dos mil años las personas desearán saber qué fue lo que pasó”. Más bien, la tradición escrita, al igual que la tradición oral, fue dirigida a oyentes contemporáneos y buscaba responder las preguntas y las necesidades de dichas comunidades.
Edición
En varias ocasiones durante el curso de los acontecimientos que están en el núcleo tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, los editores revisaron la herencia de la tradición oral y escrita de las personas y las ordenaron en una narración orgánica. La edición más antigua de las tradiciones que después se convertirían en los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, se cree que tuvo lugar después del Éxodo, quizás durante el tiempo en que David había establecido un ambiente de paz y seguridad en la Tierra Santa (1000. a.C.).
Imagina que vives durante el tiempo del rey David. Imagina que también has escuchado las narraciones de los patriarcas y sobre las milagrosas acciones salvadoras de Dios en el tiempo del éxodo. Ahora, luego de doscientos años de un difícil asentamiento en Canaán, estás viviendo en la tierra prometida con un gran rey. ¿No sentirías que todos los sueños y esperanzas de tus antepasados se habrían cumplido? A la luz de esta convicción, todas las tradiciones orales y escritas fueron reunidas y ordenadas para contar una narración integrada.
Ahora imagina que vives en el Reino del Norte después de que los reinos se dividieran. Obviamente no estarías de acuerdo en que todas las promesas de Dios se están cumpliendo a través de la casa de David, de otra manera no te habrías rebelado contra la casa de David. Continúas aceptando los relatos sobre los patriarcas, estás consciente del poder salvador de Dios durante el Éxodo, y te consideras como alguien vinculado en una relación de alianza de amor con Dios, como pueblo escogido de Dios. Sin embargo, a la luz de los acontecimientos recientes, tienes un punto de vista diferente acerca de los acontecimientos del pasado. Uno podría entender fácilmente cómo la luz de la experiencia y de nuevas ideas provocó que las narraciones anteriores fueran narradas y editadas desde un punto de vista diferente.
Ahora imagina que estás viviendo en el Reino del Sur después de la caída del Reino del Norte. Tú has sido leal a la casa de David como una expresión de la alianza de amor, aunque la experiencia del éxodo y la Ley se hayan desvanecido en tu mente y tu práctica. Has quedado traumatizado por la caída del Reino del Norte. Seguramente los habitantes del Reino del Norte debieron haberse disgustado al sentir que Dios les había acarreado un fin tan desastroso. ¿Qué podrías aprender de su experiencia? Esta clase de pensamiento condujo a un período de reforma en el Reino del Sur (622 a.C.) y a una edición posterior de las tradiciones orales y escritas heredadas por el pueblo.
Finalmente, imagina que estás viviendo después del exilio de Babilonia (587–538 a.C.). Tú y tu pueblo han atravesado posiblemente por las experiencias más desilusionadoras. Todas las cosas en que creían han sido destruidas: el rey, el reino y el templo. ¿Por qué Dios ha permitido un sufrimiento tan terrible? En seguida, cuando las circunstancias permitieron que regresaras a casa, Dios en persona, envió para salvarte a un no judío. ¡Has sido salvado por Ciro, un persa! ¿Podría un persa ser un instrumento del poder salvador de Dios? ¡Al parecer sí, pero es un gran misterio! Bajo la óptica de todos estos acontecimientos misteriosos, la historia fue editada una vez más y reelaborada a la luz de las visiones recién adquiridas.
Si al revisar las tradiciones heredadas, los editores encontraban narraciones que no encajaran perfectamente una con otra, no escogían entre ellas, más bien, las combinaban. Por ejemplo, esta es la razón por la cual encontramos más de una versión de los acontecimientos, y narraciones de los sucesos desde distintos puntos de vista en el Antiguo Testamento. Los editores respetaron las perspectivas de cada generación e incluyeron la propia.
Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son tres ejemplos distintos de relatos editados de las tradiciones orales y escritas acerca de los sucesos alrededor de la vida, muerte y resurrección de Jesús. De hecho, Lucas describió por entero dicho proceso al comienzo de su Evangelio.
Ya que muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros, según nos lo transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra, también yo he creído oportuno, después de haber investigado cuidadosamente todo lo sucedido desde el principio, escribirte una exposición ordenada, ilustre Teófilo, para que llegues a comprender la autenticidad de las enseñanzas que has recibido.
(Lucas 1:1–4)
Lucas no pretendía ser un testigo ocular; más bien, explicó que era editor de las tradiciones orales y escritas que había recibido acerca de lo ocurrido.
El ordenamiento de los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento es una vez más el resultado de una edición. Los libros no aparecen en el orden que fueron escritos, sino en el orden que fueron editados. El canon hebreo incluye treinta y nueve libros divididos en tres categorías: la Ley, los profetas y los Sapienciales. La Ley o Pentateuco, incluye los primeros cinco libros de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Estos libros se ocupan del origen de las naciones. Los profetas incluyen tanto los libros de los profetas anteriores (Josué, Jueces, 1 y 2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes) y los profetas posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías). Estos libros tratan sobre el llamado constante a ser fieles a la relación de alianza, durante el período de la instalación y la vida en la tierra santa. Los libros Sapienciales incluyen a los Salmos, Proverbios, Job, Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras, Nehemías, 1 y 2 de Crónicas. Estos tratan acerca de las reinterpretaciones y nuevos entendimientos que se hicieron indispensables después de la horrenda experiencia del exilio en Babilonia. Los católicos reconocen además siete libros adicionales: Tobías, Judit, 1 y 2 de Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico, y Baruc. En la tradición católica, estos libros están incluidos dentro de los Escritos. La razón de la inclusión de estos libros en el canon católico, y no en el canon de los demás cristianos, serán explicadas posteriormente. Todos los cristianos aceptan los veintisiete libros incluidos en el Nuevo Testamento.
El proceso de canonización
No todas las obras escritas que son fruto de la tradición oral y escrita acerca de los acontecimientos que sustentan la Sagrada Escritura, aparecen en el índice de tu Biblia. Los que son incluidos se llaman “canónicos”; los que fueron excluidos, se llaman “apócrifos”. La palabra canon significa “regla”. Así los libros canónicos son aquellos que han sido aceptados por generaciones de la comunidad creyente como transmisión fiel de la verdad acerca de su experiencia y sus creencias y porque alimentan la espiritualidad. En otras palabras, éstos son los libros que sirven como criterios para medir la fe y las creencias de la comunidad.
El canon fue establecido no por un mandato jerárquico, sino por el movimiento del Espíritu en toda la comunidad. Tomemos el Nuevo Testamento como un ejemplo. Durante el siglo II circularon otros evangelios, distintos de los cuatro que ahora tenemos. Estos evangelios no fueron condenados ni incendiados. Si lo desean, en la actualidad, pueden leer el Evangelio de Tomás o el Evangelio de Judas. Sin embargo, la comunidad creyente, prefirió unos evangelios y no otros. Cuando los jefes de la Iglesia primitiva compararon sus informaciones sobre lo que estaba siendo aceptado y apreciado, los cuatro evangelios que ahora tenemos, continuaron siendo usados cada vez más, mientras que otros, cayeron en desuso. Al final del siglo II el canon del evangelio quedó establecido. Al final del siglo IV el canon del Nuevo Testamento estaba establecido.
Cuando los cánones del Antiguo y Nuevo Testamento fueron establecidos por las comunidades creyentes, ambos fueron declarados “cerrados” por la voz de la autoridad. El canon del Antiguo Testamento se cerró en el Concilio de Yamnia, en el primer siglo, por los jefes de la religión judía. Su decisión fue una reacción al crecimiento de literatura referente a Jesucristo. Muchos judíos que creían en Cristo pensaban que la literatura que había surgido acerca de Jesús, podía ser incluida dentro de la Escritura. Los judíos que no creían en Jesucristo obviamente cuestionarían esa posibilidad.
Sin embargo, no todos los judíos de la época, tenían el mismo canon. Después de la Diáspora, y después de la helenización de aquella parte del mundo, el Antiguo Testamento había sido traducido al griego. Esta traducción griega, fue llamada Los Setenta. Durante los siglos anteriores a Cristo, algunos libros griegos que no eran incluidos en el Antiguo Testamento original, fueron añadidos a la traducción de Los Setenta. Dado que no estaban en el Antiguo Testamento, no fueron incluidos en el canon hebreo que había sido cerrado durante el Concilio de Yamnia. Sin embargo, permanecieron en la traducción de Los Setenta, que fue la que usó San Jerónimo cuando tradujo el Antiguo Testamento al latín. La traducción de Jerónimo, la Vulgata, ha permanecido en el curso de la historia como la fuente para las traducciones católicas. Los traductores durante el período de la Reforma prefirieron limitarse solamente a los textos hebreos, y por eso no incluyeron los adiciones a Los Setenta. Nos referimos a estos libros cuando dijimos que hay siete libros en el canon católico, que no están en el canon de muchas otras tradiciones cristianas.
En el Concilio de Trento (1545–1563) se declaró cerrado el canon del Nuevo Testamento. Una vez más, se trató de una acción defensiva. Esta acción se tomó no porque se quisieran añadir más libros indeseados al canon, sino porque había un movimiento para eliminar algunos libros que habían sido aceptados desde hacía muchos siglos. El Concilio de Trento declaró autoritativamente que el canon del Nuevo Testamento debía permanecer como estaba.
¿Qué es la inspiración?
Ahora que sabemos cómo se produjo la Biblia, somos capaces de responder a otras preguntas. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que Dios es el autor de la Biblia? ¿Qué queremos decir con la palabra inspiración? Obviamente, cuando afirmamos que Dios es el autor de la Biblia, no pretendemos decir que Dios haya tomado la pluma sobre el papel, o la pluma sobre el rollo, y escrito la Biblia. Tampoco, cuando usamos la palabra inspiración pretendemos decir que Dios dictó el texto al autor inspirado. Ciertamente afirmamos que quienes escribieron las secciones de la Biblia fueron inspirados, pero la palabra inspiración es aplicable sobre una base mucho más amplia. Afirmamos que la inspiración —ayuda de Dios para percibir y comprender— ocurrió en cada paso del proceso que dio por resultado la Biblia.
Primero, las generaciones originales que experimentaron los sucesos de su vida diaria como hechos en los cuales Dios estaba fuertemente presente, como acontecimientos a través de los cuales Dios estaba revelándose a sí mismo a la comunidad, estaban inspiradas. En seguida, aquellos miembros de la comunidad que eran capaces de interpretar religiosamente los acontecimientos y transmitir dichas interpretaciones de manera convincente a sus contemporáneos a través de tradiciones orales, fueron inspirados. Los relatores de cada generación alimentaron la fe de sus contemporáneos a través de las narraciones de sus historias. Quienes editaron las tradiciones heredadas a la luz de los acontecimientos subsiguientes, fueron inspirados. Aquellos que comenzaron a escribir las narraciones, estaban inspirados. Los miembros de cada generación que se sentían deseosos de escuchar a su Dios y que sus deseos se vieron satisfechos en las narraciones inspiradas de sus antepasados y sus contemporáneos, fueron inspirados. Estas son las personas del pueblo que recibieron la Palabra y fueron instrumentos en el proceso de canonización.
Finalmente, también nos podemos considerar a nosotros mismos como inspirados. Es solamente porque el Espíritu Santo habita en nosotros que somos capaces de leer, entender y enseñar la Escritura. Solamente por la infusión del Espíritu podemos comprender la revelación que las Escrituras contienen.
Qué es la revelación?
¿Qué afirmamos cuando decimos que la Biblia contiene “revelación”? Estamos reclamando que lo que la Biblia nos enseña acerca de Dios y acerca de nuestra relación con Dios, y acerca de lo que Dios nos ha dicho que hagamos para construir su Reino, en lugar de refutarlo, hay que considerarlo verdadero. Estamos afirmando lo que necesitamos conocer con el fin de cooperar con la gracia salvadora de Dios, contenida en la Biblia. Sin embargo, con el fin de comprender la revelación que contiene la Escritura, necesitamos saber cómo leer la Biblia. El enfoque que la Iglesia Católica enseña para ayudarnos a entender la revelación que contiene la Escritura será explicado en nuestro próximo capítulo.
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Para reflexionar
1.    ¿Se te ha revelado Dios por medio de los acontecimientos? Explica.
2.    Luego de que ha transcurrido cierto tiempo, ¿has logrado entender la función de Dios en los acontecimientos, mejor que en el momento que ocurrieron los hechos? ¿De qué manera afectó tu relato de los acontecimientos? Explícalo.
3.    La lectura de este capítulo, ¿provocó que modificaras tu entendimiento previo de la inspiración y la revelación? ¿De qué manera ocurrió? ¿Cómo explicarías el significado de la inspiración y la revelación?

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